Educación e interculturalidad: un vínculo fundamental en las sociedades del siglo XXI – Planeta Sostenible

Educación e interculturalidad: un vínculo fundamental en las sociedades del siglo XXI

En esta nueva columna para Planeta Sostenible, la Doctora Elba Soto habla sobre el crucial rol de la educación en el desarrollo de la diversidad, en un país donde la discriminación negativa está presente de manera silenciosa e inconsciente. “Es importante re-conocer que el racismo es una falencia que arrastramos desde el origen de este país y que por ende debemos trabajar para erradicarla, especialmente en la educación, en primer lugar con los profesores, desde su formación inicial”, afirma.

Sería pertinente inquirir cómo hacemos funcionar lo que aprendemos sobre interculturalidad, día a día. Pero quizás previamente deberíamos preguntarnos qué es lo que estamos aprendiendo sobre interculturalidad, efectivamente.
Hace más o menos veinte años que (como investigadora social y profesora) busco mostrar nuevas maneras de enfocar la interculturalidad –sustituyendo la teoría académica exógena y sus réplicas nacionales referentes a este asunto–, realizando un trabajo que vincula la investigación académica con la realidad del país y entrega herramientas para establecer cuáles son nuestras comprensiones, ya que indiscutiblemente esas comprensiones son la base de nuestros gestos discursivos, de nuestra forma de establecer las relaciones sociales; lo que se plasma en lo que somos como ciudadanos y como país y se refleja en las actitudes sociales.

Siendo así, entre las claves para abordar la interculturalidad está entender: cómo nos significamos, cómo damos sentido a los hechos en el discurso, qué forma de significar replicamos y cómo la replicamos y claro, visibilizar de dónde surgen o dónde se sustentan esas comprensiones. Me parece que esa es la piedra filosofal, la pócima que puede realizar el milagro de superar el racismo y clasismo que nos caracterizan como país y que han paralizado a nuestra sociedad durante siglos.

Decir que en Chile hay racismo y que éste es sufrido por quienes ocupan un lugar desfavorable en la sociedad nacional, como es el caso de los “pueblos originarios” e inmigrantes, es de sentido común. Sin embargo, como indican resultados de mis investigaciones, este racismo a pesar de ser palpable, concomitantemente es invisible, no reconocido y silencioso. O sea, no hay consciencia de las actitudes y comportamientos racistas, que podríamos denominar: una plaga nacional. Pues entre otras cosas, sucede que en Chile se nos enseña que la gente blanca, rubia y de ojos azules es la gente bonita. Sucede que “nuestra publicidad” fundamentalmente muestra personas con esas características. Y resulta que la mayoría en el país no tenemos esos rasgos e inconscientemente repetimos esa misma discursividad estética, que favorece ciertos atributos y condena otros a la fealdad.

Sucede, además, que en estos días se ha puesto de moda mirar “el vaso medio lleno”; es decir, “el lado positivo”. Por lo cual, interpretaciones de lo real que visibilicen “lo negativo” pueden aparecer como algo desdeñable, aunque lo que asusta verdaderamente es que ellas amenazan desestabilizar comprensiones anquilosadas. No obstante, al no enfocar los temas que nos afligen desde una percepción de verdad, sin tapujos, estamos escondiendo la basura debajo de la alfombra. Es decir, al negar lo que tenemos en la raíz de nuestros problemas y transformarlos en otra cosa “que no se vea tan fea”, estamos parcelando la realidad, alterándola, negando partes que la constituyen y consecuentemente, las soluciones que diseñamos para esas realidades metamorfoseadas no son adecuadas ni menos efectivas.

Cualquier científico que trabaja en las “ciencias duras” lo sabe. Sin embargo, en las ciencias sociales y la educación muchas veces olvidamos ese rigor. Y acontece que trabajamos con algo más valioso que el oro o el uranio, la eficiencia o la productividad, con algo más complicado que una ecuación, pues nuestro trabajo afecta la manera en que se concibe al ser y las sociedades, la forma en que se construyen mentalidades, afectos y vidas.

También ocurre que la diversidad es constitutiva de las sociedades humanas, es inevitable. Por ende, no es nueva, aunque en Chile se haya negado durante siglos. Solo que ahora se ha tornado parcialmente visible gracias a la llegada de los inmigrantes, que para los chilenos y nuestra experta mirada sobre el color de la piel, es notoria. Mas, siempre hemos tenido diversidad, solo que disfrazada con epítetos como “integración”, donde lo que se ha buscado es asimilar al diferente, que éste pierda su especificidad para convertirse en un chileno más y así, en teoría, pueda acceder a las mismas oportunidades de “progreso” que los otros ciudadanos en el país.

Pero en Chile “la cancha no es pareja”. A saber, hace unos años en la Universidad Católica de Temuco, un estudio llegó a la conclusión de que los profesores discriminan negativamente a sus estudiantes mapuche, no conscientes de ello, afectando negativamente su aprendizaje. Un resultado trascendente, que visibiliza y re-conoce comprensiones racistas no conscientes en el país, lo que posibilita trabajarlas y superarlas. A su vez, en la Universidad Católica, en Santiago, otro estudio relacionado que se llevó a cabo recientemente demostró que en Chile existen estereotipos asociados al color de la piel en el ámbito educacional. Se mostró que mientras “más morenos” son los estudiantes, peores son las evaluaciones respecto a sus capacidades, sus expectativas educacionales y consecuentemente la percepción que ellos y ellas desarrollan de sí mismos, lo contrario ocurre con los estudiantes “más blancos”.

Al respecto, me parece sano aceptar que ese tipo de discriminación negativa está presente en Chile de manera silenciosa e inconsciente; re-conocer que el racismo es una falencia que arrastramos desde el origen de este país y que por ende debemos trabajar para erradicarla, especialmente en la educación, en primer lugar con los profesores, desde su formación inicial. Si no lo hacemos, no podemos esperar verdaderos cambios.

La solución es “trabajar el mal desde la raíz”, lo que significa aceptar que existe, visibilizarlo, entender cómo funciona y buscar cómo superarlo, de manera consciente y explícita. Siendo la educación vital para nuestro desarrollo, para avanzar como sociedad intercultural, trabajar las comprensiones racistas desde la educación debe ser uno de los primeros pasos.

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