El estilo de vida sustentable como privilegio de unos pocos – Planeta Sostenible

El estilo de vida sustentable como privilegio de unos pocos

Nuestro corresponsal en los Países Bajos, Hernán Azócar, nos comparte la traducción y sus comentarios de un artículo publicado por la revista holandesa De Groene Amsterdammer (El Amsterdamés Verde), donde se refiere a cómo la agenda sustentable se ha convertido paulatinamente en terreno exclusivo de una élite, y el llamado de académicos y líderes a incorporar este tema en el debate social.

La creación de una sociedad sustentable no está libre de fricciones. Sobre todo cuando el estilo de vida “verde” parece ser privativo de las clases privilegiadas. ¿Es posible generar una transición energética más justa e inclusiva? ¿Lograremos realmente el cambio al que aspiramos solo porque alargamos un capuccino en el café Tavelli de Santiago hablando con gente que piensa, come y consume igual que nosotros, chilenos ilustrados de clase media o media acomodada, vecinos de los barrios más adelantados de la ciudad y el país? ¿Será tan diferente en otras latitudes?

Los 100 más sustentables es un ranking que destaca anualmente a los actores y pensadores más verdes de Holanda. Aunque aquí ha quedado claro que la transición hacia una sociedad más consciente y responsable con el medio ambiente requiere del concurso de todos, a juzgar por lo que se ve en la ceremonia oficial de los galardonados en el centro de eventos Pakhuis de Zwijger de Amsterdam, el ideal está lejos de alcanzarse.

Si bien es habitual que este evento tenga mucho de cita privada de personajes prominentes de la escena verde holandesa, resulta chocante constatar año tras año la abismante falta de diversidad entre los asistentes, un club cerrado de gente de elite, vestida de cuello y corbata que se palmotea mutuamente las espaldas y se golpea el pecho, ebria de buena conciencia. Al poner el evento bajo la lupa, se comprueba que más de la mitad de los asistentes ha pasado la cincuentena, que en su mayoría son hombres, que solo cuatro personas son de origen extranjero no occidental y que el 75% proviene de Ranstad, el grupo urbano que reúne a las cuatro ciudades principales de Holanda. No precisamente un reflejo de la sociedad.

El ranking, pauteado cada año por el diario holandés Trouw pone en evidencia lo que no anda bien en el movimiento verde, porque es imposible lograr una Holanda sustentable con un grupo así de pequeño, cerrado y elitario. La crítica a la elite verde remite de inmediato a la caricatura del vegetariano que maneja un Tesla, que reemplazó las tejas por paneles solares, que hace las compras en el supermercado orgánico del barrio y que en cada cóctel proclama complaciente su responsabilidad con el planeta: El Homo Viridis, el Homo Ecológico.

De poco sirve entonces que el diario Trouw cuente con 88 mil suscriptores cuando el Telegraaf (que vendría a ser como nuestras Últimas Noticias), llega a 1,3 millones de lectores, en un país con una población de 16 millones de habitantes. En la Holanda sustentable que nos inspira de una manera casi mítica, según un estudio de Sociaal en Cultureel Planbureau (SCP) del año 2016, apenas un dos por ciento de los holandeses señala “el clima” como uno de los problemas sociales más importantes.

¿Cómo se logra entonces una agenda y una base que involucren a todos los holandeses, sin importar su origen étnico, ingresos y nivel de estudios? Sobre todo este último factor traza una importante línea divisoria, ya que según diversos estudios sobre los hábitos de sostenibilidad, como el informe de 2016 de Kaleidos Research, quienes han podido acceder a la enseñanza superior o universitaria, son mas abiertos y activos a la hora de pensar en el medio ambiente que sus pares de menos formación.

Los sectores sociales de más baja escolaridad son mucho más escépticos de que su aporte pueda solucionar de alguna forma  los problemas del mundo. El estudio de SCP “Elegir al pasar por caja” (Kiezen voor de kassa) arrojó la siguiente conclusión: el consumo consciente es una actividad de nicho, un hobby de la élite mas educada.

Thiëmo Heilbron, uno de los 100 nominados de la velada lo tiene muy claro. Desde su organización juvenil Hawaka Nederland, este biólogo, aburrido de la homogeneidad y autocomplacencia de los galardonados, sabe perfectamente que problemáticas como contaminación, cambio climático y fauna amenazada están íntimamente relacionadas con la participación social.

Su escuela de emprendedores Fawaka apunta justamente a niños para quienes una carrera universitaria no es un objetivo obvio ni último. Porque ya se dio por vencido con las generaciones mayores, entre las que incluye a treintañeros como él. Prefiero invertir en el futuro, dice, “y no andar moralizando sobre lo grave que es el cambio climático en los colegios para que los niños aprendan a ducharse en cinco minutos. ¿Quién soy yo para decirles que piensen un poquito en el planeta?”

Lo que Heilbron persigue es inspirar a sus alumnos y es ahí cuando el poder reconocerse en él se vuelve crucial: “Si un niño holandés de raíces surinamesas me oye hablar de sustentabilidad, si ve que al igual que él soy de tez morena y pelo negro ensortijado, el mensaje cala mas rápido y más profundo que si viene de alguien completamente diferente a él. Porque es importante poder identificarte con los modelos que quieres imitar”.

La escuela de emprendedores Fawaka intenta vincular los temas ambientales con los sociales y liberarlos de su imagen elitista. Una misión admirable para una organización que parece remar contra la corriente, porque los subsidios destinados al fomento de un estilo de vida sustentable van a dar irremediablemente a los sectores de más altos ingresos, que son los que pueden permitirse invertir en autos eléctricos y en paneles solares.

De un estudio de la fundación privada CE Delft para el medio ambiente se desprende que los sectores de mas bajos ingresos asumen con mas dificultad la transición energética. Si nada cambia de aquí al 2050, el 10 % más pobre de los hogares holandeses perderá el 70% de sus ingresos en gastos de energía. Para el 10 % más acomodado en tanto, el gasto representará apenas el 5,7 % de sus ingresos, aunque este segmento genere el 17 % de las emisiones contaminantes.

Curiosamente, esto sigue siendo un punto ciego en el debate político, a pesar de los legisladores convencidos de la urgencia del problema climático. Por ejemplo, el acuerdo gubernamental del recientemente formado gabinete del primer ministro Rutte tiene una propuesta climática que se ve preciosa en sus objetivos, pero que está siendo abordada como un mero desafío técnico para reducir al máximo posible las emisiones de gases de efecto invernadero. Una tarea que pertenece a la agenda del ministro liberal Eric Wiebes, responsable también de Asuntos Económicos. Y ese es exactamente el abordaje incorrecto, afirma el académico Shivant Jhagroe “Lo que realmente se necesita es un ministro del clima y reducción de la pobreza”.

El año pasado, Jhagroe se graduó de la Universidad Erasmus con una tesis sobre transiciones de sustentabilidad urbana, centrada en la política subyacente. Porque, aunque el desarrollo sostenible es en esencia un tema político, esa esencia a menudo se pierde de vista. De hecho, Jhagroe prefiere utilizar la palabra, “sustentabilidad” lo menos posible. Por culpa de este término plano, muchas preguntas se omiten y el debate se despolitiza, porque reduce los problemas a una cuestión de cooperación entre empresas, consumidores y gobierno. Todo se limita a estilo de vida y a los negocios sostenibles en los que las partes interesadas tienen un asiento en cada mesa de negociación. Las relaciones de poder es lo único que no se aborda en el debate dominante sobre sostenibilidad.

Durante su investigación en Rotterdam, vio a lo que esto podía conducir. El municipio había concebido que el espacio público en los barrios deprimidos debía ser más verde. Pero donde había espacio para una ciclovía, un parque o mas árboles, los políticos del distrito pensaron algo diferente: posters de naturaleza. Una imagen de tamaño natural de un bosque pegada sobre un muro olvidado. Ese fue entonces el verde prometido. “Una verdadera burla a los vecinos del barrio”, dice Jhagroe y agrega que “fue doloroso verlo”.

Y los ejemplos abundan: estaciones de carga de electricidad que solo se implementan en los mejores barrios, donde también es fácil separar los desechos, mientras los impuestos ambientales afectan a la gente que no tiene presupuesto para un auto nuevo, las casas de alquiler tienen a menudo pésima aislación térmica, lo que necesariamente encarece la cuenta de la luz y gas y la “carne” de carnicero “vegetariano” es tres veces más cara que la normal. La vida sostenible es un privilegio, dice Jhagroe.

La clase alta está mucho mejor protegida contra los efectos del cambio climático o la contaminación ambiental. Son las viviendas de los trabajadores las que están bajo el humo de las chimeneas, no las de los gerentes. En Estados Unidos, los ricos se construyen búnkeres apocalípticos o se compran terrenos altos, a salvo del aumento del nivel del mar. Y aunque parezca extravagante, siempre alguien con más recursos económicos puede adaptarse y mudarse con mas facilidad. En condiciones climáticas extremas, un gerente puede desplazarse a la seguridad de su segunda casa, mientras que un campesino al que se le han inundado los campos o el granizo le ha arruinado la cosecha no tiene adonde ir. Un par de cosechas inundadas más y queda literalmente en la ruina. Porque en el calentamiento de la Tierra también golpea la desigualdad: cuanto más pobre, más vulnerable.

El gran peligro es que haya mundos tan separados. Una “clase verde” contra una “clase gris”, con una desigualdad ecológica y económica que van de la mano. Mientras la sostenibilidad se presente como una cuestión de consumo ético, siempre será más fácil hacer “bien” con una billetera llena. La elección moral es, después de todo, la opción más cara. Se espera que los ciudadanos presten atención a su huella de carbono, que puedan compensar las emisiones de CO2 de sus viajes de avión con la plantación de árboles en América Latina, y que los directorios de supermercados incluyan productos de la marca Eco y Fair Trade. El slogan sigue siendo “Un mejor ambiente comienza en ti mismo”, con lo que se hace la vista gorda al tema de la desigualdad.

“Dentro del movimiento de sustentabilidad, se pone demasiado énfasis en la responsabilidad individual”, dice Donald Pols, Director de Defensa del Medio Ambiente. Veinte años atrás cuando estudiaba sociología ambiental en Maastricht las cosas eran muy diferentes. Entonces los problemas ambientales se estudiaban desde un enfoque interdisciplinario y la sustentabilidad no se veía aún como mercancía, sino como un bien público. Pols señala ahora a una elite verde autocomplaciente cada vez más alejada de las masas y afirma preocupado “nos equivocamos al creer que lograremos la transición solo con un grupo de líderes”. Enseguida toma un papel y un lápiz y dibuja una curva en S para representar el proceso de transición. “Al principio, realmente necesitas personas que vayan a la cabeza de las tropas”, y marca el lado izquierdo de la hoja, “pero nos hemos quedado demasiado tiempo en ese escenario. Hay que entrar en la fase de ampliación, donde tienes que sumar gente. Eso no funcionará mientras sigamos machacando con un consumismo verde reservado a los que tienen mas poder adquisitivo. El cambio climático es un problema colectivo que exige soluciones colectivas “.

Por esta razón Pol ha convertido la justicia climática en un punto clave de las campañas de asuntos ambientales. Fue comisionado de la investigación de CE Delft, que muestra que las mieles y las hieles de la política climática se distribuyen de manera desigual. Y en la Confederación de Sindicatos Internacionales, Pols es uno de los dos representantes ambientales, porque es un convencido de que el movimiento ambiental y los sindicatos deben unir fuerzas.

“La problemática del clima no es un asunto aislado que puedan resolver un grupo de ingenieros inteligentes”, dice Pols. No se trata solo de reducir las emisiones de CO2, sino también de empleo, desigualdad, movilidad, democracia y poder. Eso significa que se deben tener en cuenta todos los factores en el diseño de la transición. Asegurarse de que el que contamina pague? ¿O subvencionar principalmente la actividad empresarial para hacerla sostenible? ¿Queremos una sociedad en la que la clase media tenga un Tesla frente la puerta? ¿O invertir en transporte público? ¿Qué las espaldas más fuertes carguen con la carga mas pesada de cambiar a energía verde? ¿O que se les de un impulso extra para que creen sus propias soluciones energéticas?

El consejo de Pols es involucrar directamente a la gente en las soluciones. Lo que significa que en lugar del apoyo gubernamental a medidas engorrosas como el almacenamiento subterráneo de CO2, se otorguen subvenciones a través de fondos distritales, para que los vecinos de los barrios puedan aislar sus hogares. Esto genera un beneficio climático y a la vez una cuenta mas baja en los gastos de energía. Puede que al principio nadie esté saltando en una pata por tener un molino de viento en su patio trasero, pero si toda la comunidad se beneficia en serio del ahorro, las cosas sí pueden cambiar.

Hoy en día un populista de derecha como Geert Wilders puede agitar con que Henk e Ingrid (los holandeses de a pie) son los que pagan los costos del clima y que por eso tenemos que terminar con todas estas medidas sin sentido. Pols piensa que si los costos y los beneficios se reparten de manera más justa, se elimina el escepticismo climático. “Le hemos arrebatado este tema a la derecha. Ahora ves que los políticos de izquierda comienzan a incorporar la justicia a la agenda de sostenibilidad. No por nada en la otra vereda de los laboristas, socialistas y la izquierda verde hablan de una “política climática justa y ambiciosa”.

El principal obstáculo en el camino hacia un futuro sostenible no es tanto la vanguardia verde, sino también la élite establecida que realmente maneja los hilos y tira líneas. Las personas con posiciones de poder. Como una transición siempre supone un cambio de poder, esta transición no es posible sin golpear o empujar, dice Derk Loorbach. Como director de DRIFT, el instituto de la Universidad Erasmus, investiga sobre los términos y condiciones de la transición a la sostenibilidad. “Algunos actores del régimen actual tienen mucho que perder y están tratando de mantener su posición a como dé lugar, definiendo a su gusto las reglas del juego. Quieren continuar de una manera que deje intactas las estructuras existentes. Esto significa proyectos centralizados y de gran escala, como parques eólicos en el mar o la captura y almacenamiento de CO2. Razonan según la vieja lógica basada en un modelo de mercado en el que un puñado de grandes empresas determinan el servicio y donde los ciudadanos apenas influyen “.

En tanto, todo el marco referencial debe sacudirse para asegurar que los Países Bajos sean sostenibles. No basta con mejorar lo existente, el arte es desarrollar una visión social completamente nueva. Llámalo un cambio de paradigma. Es algo que genera resistencia, pero también ofrece oportunidades, piensa Loorbach: “No es solo la pregunta ¿por dónde empezamos? sino también ¿a dónde queremos llegar?  Podemos construir un sistema de movilidad mucho más amigable con el clima y fácil de usar que el modelo actual. Podemos procurar que justamente los hogares que ahora pierden parte importante de sus ingresos en su cuenta de gas y electricidad sean las primeras casas en recibir aislación y paneles solares”. En resumen, se puede hacer de manera más eficiente, más social, más limpia y más democrática. “Hay un enorme potencial ecológico y social en la transición”, dice Loorbach, “lo que no significa que automáticamente lo vayamos a poder aprovechar”.

Que esto se logre dependerá de la actitud de la que él llama “élite de transición”. Como pioneros verdes ya cumplieron su tarea; al apartarnos de la norma fósil dieron un impulso a los paneles solares, hicieron que las cooperativas de energía compraran turbinas eólicas y que los holandeses comieran menos carne. Hoy son los que cuidan las puertas del orden establecido. Ahora se trata de abrir de par en par esas puertas, para que el resto de Holanda también se una a la misión de la sostenibilidad.

Eso es lo que Thiëmo Heilbron y Fawaka intentan realizar paso a paso y desde abajo “Hay muchas iniciativas hermosas e inspiradoras. Pero deben ser accesibles para una audiencia mucho más grande. Quiero llegar a todos, incluso al lector de Telegraph y al votante de PVV” (los populistas de extrema derecha).

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