“¿Cómo podemos comprender a un pueblo que por estar al margen nunca ha conseguido tener un lugar en la historia nacional desde su memoria, porque siempre ha sido silenciado?”, afirma la Dra. Elba Soto en esta nueva columna escrita para Planeta Sostenible.
Si sumáramos todos los recursos monetarios destinados a proyectos y programas interculturales durante el año 2016 veríamos que se trata de cantidades de dinero significativas. Si reuniéramos toda la información generada el 2016 en pro de la interculturalidad en Chile, obtendríamos una cantidad también significativa de información al respecto. Es decir, no cabe duda que el término interculturalidad hoy, digamos, “vende”, se publicita, se vehicula.
Si vamos más a fondo, percibimos que las acciones interculturales más visibilizadas, comentadas, promovidas y por ende vistas por los ciudadanos en el país son aquellas relacionadas con los inmigrantes. Son ingentes los esfuerzos desplegados en Chile que se están materializando en “una mejora” a favor de la aceptación de los inmigrantes “distintos” que hoy llegan al país y son fácilmente perceptibles por su apariencia, sus lenguas y sus culturas. Esfuerzos que son dignos de elogio y que podrían ser interpretados como un incipiente “cambio de mentalidad” de los chilenos en pro de abandonar las actitudes racistas impresas en nuestra historia. Sin lugar a dudas también es un avance hacia la interculturalidad. Más, si miramos “lo nuestro”, resulta que una parte constitutiva de este país, la “mapuchidad”, continúa siendo negada y combatida.
Resulta que la gente de la tierra, los mapuche, están por todas partes y no los vemos, no vemos su “otredad”, su calidad de otros, o los vemos como iguales pero inferiores, marginales y problemáticos. Y ahí están ellos, contando los siglos que han logrado sobrevivir sin que consigan exterminarlos. Pues en lugar de trabajar por el presente y futuro mapuche, en pleno siglo 21 deben continuar luchando contra el exterminio.
Probablemente la mayoría de las personas no sepa que muchos de los mapuche que viven en pequeños territorios hoy no tienen agua pues las napas freáticas se secaron por la plantación indiscriminada de eucaliptus, Así, hoy dependen de las municipalidades para proveerse de este vital elemento, para beber y cocinar. O sea, viven en la tierra, en su mapu, pero no cuentan con un elemento indispensable, el agua. Y están aquellos condenados a vivir en el terror por querer defender sus tierras y su dignidad desde el discurso que autoriza, porque se funda en la memoria de los ancestros reavivada día a día. Y claro, hemos escuchado hablar del miedo, pero no del miedo de la gente de la tierra que acabamos de mencionar, sino del de aquellos que declaran ser sus víctimas y del resto de los chilenos que repiten una y otra vez lo que creen conocer, sustentado en la información que domina en los medios de comunicación, donde los no mapuche que tienen el poder sobre la palabra hablan de los mapuche, lo que crea el temor por “aquello que no se conoce” pero que creemos conocer por aquello que hemos oído.
Sería productivo parar y reflexionar porqué en un país caracterizado por la diversidad, donde la diferencia es constitutiva y fundacional, no existen columnas permanentes en los diarios nacionales y regionales u otros espacios culturales desde los cuales las personas mapuche puedan informarnos y/o educarnos, dándonos su versión de la historia y de su cultura, para ampliar nuestras mentes y nuestras miradas. Eso sería avanzar hacia la interculturalidad. Pero ocurre que el mapuche en Chile no es sujeto de la historia ni del acontecer, pues “él no habla”, “es hablado por otros”. Otros hablan sobre él y lo cosifican, analizan y condenan. Entonces, lo que tenemos es al ser mapuche silenciado, que prácticamente solo se menciona cuando, como dice el discurso institucionalizado, “crea conflicto”.
Al respecto, el día 19 de diciembre de 2016 en la radio Universidad de Chile escuché que (una vez más) un joven mapuche fue baleado por la espalda y que en este caso recibió 100 perdigones, también oí que su estado era preocupante. En la misma radio comentaron el silencio de los diarios nacionales frente a un hecho como ese y agregaron que si se hubiese tratado de un camión quemado, seguramente la noticia hubiese tenido un titular destacado en primera plana. ¿Por qué ocurre todo eso? Responder a esa pregunta de manera fehaciente requeriría de un sinfín de condiciones con las que aquí no contamos. No obstante, podemos relevar algunos elementos que se deben considerar si lo que queremos es interpretar nuestra realidad intercultural más acertadamente y actuar en consecuencia.
En síntesis: deberíamos comenzar recordando que somos intérpretes de lo real. Es decir, para escuchar o hablar necesitamos situarnos en alguna formación ideológica que nos permita interpretar la realidad, lo que hacemos incorporando memorias e ideologías con las que se formatean nuestros cerebros desde que nacemos, lo que nos entrega códigos necesarios. Así, somos producto de los moldes en que se desarrollan nuestras vidas, y gran parte de ese proceso en que nos tornamos seres ideológicos ocurre sin que nos demos cuenta, inconscientemente. Así se forman “nuestras comprensiones” y por eso es tan importante lo que se dice y no se dice, quien tiene derecho a la palabra y quien no tiene, pues si algo no se puede decir no puede significar, tampoco hay códigos de interpretación.
Desde esa perspectiva, ¿cómo podemos comprender a un pueblo que por estar al margen nunca ha conseguido tener un lugar en la historia nacional desde su memoria, porque siempre ha sido silenciado? Parte del camino para “verlo” está en abandonar la in-comprensión estabilizada en “nuestro país”, buscando entender cómo funciona el silencio, cómo significa y da sentido a los acontecimientos. Definitivamente, en Chile, esa debería ser una de las bases de la interculturalidad, referida a “lo nuestro”. Otra de las bases de la interculturalidad debería consistir en dar lugar al discurso de las y los mapuche, un discurso que desde hace siglos exige significados.