*Entrevista hecha en el contexto del lanzamiento de la reedición de Azul… (Editorial Planeta Sostenible 2019), el pasado 18 de julio de 2019 en el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Valparaíso, Chile.
¿Por qué reeditar Azul… de Rubén Darío, en 2019, si se han hecho no solo decenas, sino cientos de ediciones en distintos formatos, extensiones, calidades, etc.?
¿Qué contiene Azul… que lo hace tan relevante y que todavía siga congregando adeptos a más de 130 años de su primera edición?
¿Quién era Rubén Darío, que sin conocer personalmente Europa escribe Azul… como si fuese un ciudadano más de ese continente?
¿Qué hace que un hombre de escasos o casi nulos recursos materiales, huérfano, nacido lejos de los centros y movimientos culturales, haya podido “reescribir” de alguna manera el español?
¿Qué fue lo que ocurrió allí?
Es que las circunstancias concretas de vida no son tan relevantes, sino que lo importante viene asociado a la confluencia de otras fuerzas más poderosas e invisibles que explicarían el funcionamiento de la realidad, por ejemplo que no hay linealidad en el tiempo: el pasado, presente y futuro no existe a la manera de cómo se nos ha enseñado tradicionalmente, sino más bien se trata de un enjambre de tiempos donde el futuro puede dialogar perfectamente con el pasado y el pasado puede conversar con el futuro (Everet 1950) y en ese contexto podría ser que alguien a finales del siglo XX le haya escrito a Darío en sueños, en epifanías, en momentos de alcohol, le haya contado sobre la literatura de Huidobro, de Neruda, le haya hecho escuchar la música de Miles Davis, de John Coltrane, convirtiéndose así Darío, por una extraña sincronía del tiempo y paradoja de la historia, en el iniciador del modernismo. Así, Darío solo escuchó la voz interna y luego la tradujo magistralmente.
¿Habrá por ahí escondida una música universal, un ritmo total, un verbo inicial, que puede verse al abrir las puertas de la percepción como decía W. Blake?
Claudio Naranjo, uno de los líderes espirituales contemporáneos más relevantes del siglo XX, experimentó con anular con LSD las amígdalas mentales que impiden al cerebro ver todo, la realidad sin tiempo ni espacio, la realidad infinita que nutre a los grandes artistas.
¿Será lo anterior una posible explicación para entender cómo alguien sin ninguna posibilidad material y logística se convierta en el llamado Príncipe de las Letras?
¿Fue esa visión penetrante, esa conexión con el futuro, poseer esa frecuencia de conexión con el verbo inicial, lo que llevó a Darío a ser un borderline, una persona al límite? ¿Ello influyó en su inestabilidad psíquica y material? ¿Fue el alcohol lo único que le permitía anestesiar una psiquis sin piel para protegerse de la desnuda realidad?
¿Quién sabe?
Pero al menos cabe otra pregunta:
¿Dónde nace la poesía?
En la intimidad de cada uno, encerrada en nuestra personalidad, psiquis o ego, o nace quizás en la conexión con el verbo numinoso que sustenta todas las cosas, “la eterna pauta sagrada”, “el mármol donde duerme la línea y la palabra” como diría Darío.
¿Nace cuando el poeta, el místico, el mago en un ataque de furiosa creación alcanza a rozar ese lenguaje universal y es capaz de llevarlo a la lengua humana, al lenguaje fonético? Claro, porque una cosa es saber escuchar y otra, traducir para los mortales lo que se escuchó de los dioses.
Muchas preguntas y seguramente ninguna respuesta clara; sin embargo, aprovechando el lanzamiento de la reedición de Azul… tuvimos la oportunidad de preguntarle la opinión a Rafael Rubio, una de las voces poéticas más potentes del Chile de hoy.
¿Por qué se dice que con la edición de Azul… hay un antes y un después en la literatura hispánica?
Con Azul de Rubén Darío, por primera vez en la historia una obra escrita por un hispanoamericano comienza a influir en Europa, dado que hasta ese momento el influjo había sido inverso. La poesía hispanoamericana supera el romanticismo retórico y tardío, heredado de los españoles y anuda el fondo ancestral del hispanoamericano con la tradición poética francesa, que es su principal referente. Se podría decir que lo que hace Rubén Darío, en definitiva, es vincular la poesía francesa con el fondo ancestral hispanoamericano, tomar las formas de la poesía francesa del siglo XIX para decir otra cosa, y en esa torcedura con respecto al modelo, se juega su autenticidad y espíritu renovador.
La poesía escrita por hispanoamericanos se independiza de España, definitivamente. Darío logra asimilar y fagocitar, vorazmente, los hallazgos más notables de la poesía francesa del siglo XIX, y prueba su funcionamiento en el verso español, introduciendo en él numerosas innovaciones técnicas y formales. Después de Azul, nada sería como antes en la poesía hispanoamericana. Darío pavimenta el camino por el que harán su ingreso a la literatura nuestra los vanguardistas, muchos de los cuales provienen, en su primera etapa, del modernismo rubendariano, como el poeta chileno Vicente Huidobro, por ejemplo, quien en sus primeros tres libros muestra una creativa asimilación del modernismo y diríase, su impulso innovador. La estética del lujo y del gozo –ese solazamiento en la materialidad carnal de las cosas y las palabras, y que le dan a su poesía un intenso carácter erótico– marcan una fractura en la poesía hispanoamericana, un nuevo tono, desasido de los valores y cánones españoles tradicionales. Azul trajo a la poesía hispanoamericana la estética del gozo, del orgasmo y el hartazgo, no me refiero al gozo dicho, descrito o nombrado, sino el gozo vital que encarna en la palabra, esa celebración del cuerpo y la belleza libre del paganismo, a través de los sonidos y las combinaciones entre las palabras, al modo de un Góngora que pasó por el parnasianismo. De algún modo Rubén Darío es eso: un Góngora que pasó por el parnasianismo y respiró el aire de nuestro pasado indígena.
¿Qué entiendes tú por modernismo en las letras, es posible que nos des un ejemplo en Azul…?
Bueno, yo creo que el modernismo más que una escuela literaria fue un movimiento espiritual, vital, que parte de una estética del ritmo y termina en una visión rítmica del universo, como lo afirma Octavio Paz. Ese rescate del ritmo como base de una cosmovisión convierte al modernismo, más que en una poética y una estética, en una cosmovisión, donde todo rima con todo, donde todo baila con todo, donde todo se corresponde con todo y el universo es –como planteaba Baudelaire– un sistema de correspondencias. La naturaleza como un templo donde vivos pilares dejan escapar a veces palabras oscuras (Baudelaire). El modernismo es una cosmovisión que encarna en un hacer poético. Une el fondo ancestral americano con la poesía francesa del siglo XIX . La estética del lujo, que trasunta Azul, ese preciosismo de la forma , que tanto ha sido criticado como parte de una voluntad aristocratizante, es en realidad la contraparte dramática de la precaria realidad de los pueblos latinoamericanos. Delatar la precariedad a través de un lenguaje fastuoso que no hace sino resaltar, delatar por contraste, una realidad hostil con el artista, el poeta y la masa trabajadora.
¿Por qué crees que Darío mezcla tantos géneros en Azul: cuento, prosa, poesía, crónica? ¿Está experimentando?
Creo que se trata de un afán de experimentación con las formas que de alguna manera se adelanta a lo que más tarde harían los autores vanguardistas que difuminaron la estática taxonomía decimonónica de los géneros literarios, esta experimentación además se inscribe en una tradición, la de la obra de poetas franceses como Rimbaud que en sus iluminaciones trabaja con la prosa poética después de haber pasado por el verso medido y llega a inventar el verso libre en dos poemas del libro. Además está la conciencia de que la poesía puede hallarse tanto en prosa narrativa como en la poesía en verso, y que no se trata de labores paralelas o excluyentes sino de un mismo impulso poético que se manifiesta, metamorfoseándose, diversamente.
¿Existe realmente una diferencia entre géneros, o esas categorías las ponemos nosotros y en realidad la palabra es una sola que va tomando cuerpo o forma por quien la lee? ¿Cuál es tu experiencia personal, por ejemplo, con la prosa poética?
Yo creo que la diferencia entre los géneros literarios es absolutamente relativa y convencional. El mar es uno solo, aunque en distintos lugares se lo llame Océano Pacífico, Atlántico, Mar Negro, Mar Rojo, etc. Es tan así que obras como El libro de buen amor, del Arcipreste de Hita, es completamente inclasificable. Desde un punto de vista, es poesía, desde otro, es una colección de narraciones en verso. ¿Cómo llamarla?: ¿novela?,¿poesía? La llamemos como la llamemos se trata de una de las obras literarias fundamentales de todos los tiempos. La literatura es un organismo vivo que se manifiesta bajo diversas formas, siempre cambiantes, y en permanente mutación. Y sus denominaciones taxonómicas están sujetas a muchas variables, como la perspectiva histórica, ideológica y cultural en un momento histórico determinado.
La prosa poética ha sido un descubrimiento para mí; veo en ella una veta que me interesa seguir trabajando, porque me permite una libertad que el verso me niega o me esquiva, a la vez que me libera de las restricciones propias de la versificación, por algunos momentos. En síntesis: escribo prosa solo cuando lo que quiero decir no cabe en el verso o cuando la racionalidad que para mí implica el verso, no logra contener la nebulosidad inherente a la prosa poética, que permite desplegar un mayor desborde verbal –si la emoción así lo exige– o un impulso narrativo que la estructura versal no me permite.
¿Dónde termina la prosa y dónde comienza la poesía?
Digamos que el límite entre la prosa y la poesía es accidental, no esencial. Rimbaud, en su libro Iluminaciones, ensayó brillantemente el poema en prosa, llegando en el mismo libro a escribir el primer poema en verso libre de la lengua francesa y quizás, española.
La diferencia entre la prosa y la poesía es cuantitativa y no cualitativa. Es decir, no veo una real diferenciación entre la prosa y la poesía, pues de hecho la poesía se manifiesta aunque fugaz y fragmentariamente en la prosa narrativa, en el cuento, en la novela y el ensayo. Yo creo que la prosa se transforma en poesía cuando logra esa cualidad tan bien definida por Ezra Pound: poesía es palabra cargada al máximo de sentido.
Podríamos afirmar, entonces, que la prosa se vuelve poesía cuando es lenguaje cargado al máximo de sentido.
¿Por qué alguien como Darío, pobre, huérfano, alejado de los centros del pensamiento y el arte europeo, se convierte en el Príncipe de las Letras; él no tuvo contexto, no fue la culminación de un proceso literario o intelectual concreto, sino que nació como por generación espontánea, ¿dónde reside el poeta, dónde habita la poesía?, ¿en sus circunstancias o en su alma? Darío creía en la migración de las almas, por tanto esa alma podría aparecer en cualquier lugar y tiempo, ¿puede haber ocurrido algo de eso?
Tengo varias respuestas. Me parece que el lugar donde reside el poeta es la tradición. No nace por generación espontánea, por el contrario surge del encuentro entre un alma y una circunstancia, como las enfermedades mentales que tienen un componente endógeno y otro reactivo o exógeno. El componente endógeno vendría siendo lo que llamamos el talento, el exógeno, en cambio, sería la cultura.
Creo que la poesía –ya no el poeta, sino esa energía vital, ese chorro de luz que se desbanda– habita en la vida misma. Es la vida misma. La máxima de Pound “poesía es palabra cargada de sentido” se podría parafrasear como “poesía es vida cargada al máximo de sentido”.
Desde otro punto de vista, muy distinto a lo que he expuesto, la poesía habita en cualquier parte menos en la poesía, quiero decir, en el poema. El lenguaje no está hecho para la poesía, o bien, es un instrumento insuficiente para captar la poesía que para mí es la experiencia del parto y de la muerte. Y tal vez del amor. Son los únicos momentos de verdadera poesía que puede experimentar plenamente un ser humano. Por eso, la poesía es recuerdo e imaginación. Recuerdo del parto y profecía de la muerte. El ritmo, esa energía electromagnética del verso, implica un movimiento dual de avance y retorno, mientras la imagen implica un ir hacia adelante, imaginar. La poesía habita ahí; en el parto y en la muerte. Lo demás, es literatura.
¿De dónde crees que nace el impulso a escribir, buscamos completarnos, superar una especie de horror al vacío, queremos ser alguien?, ¿dónde nace tu impulso a escribir?
Creo que la poesía es analogable al delirio: es una verdad solitaria. Una ficción que puede ser verdad, quién sabe, pero que no es comunicable rectamente, o sea, es intransferible: una verdad no compartible con nadie (por ejemplo: los extraterrestres se comunican vía telepática con quien padece el delirio).
El impulso de escribir obedece por lo general a la manifestación verbal de un estado alterado de conciencia, en que el inconsciente se hace ver y oír a través de una forma y un conjunto de técnicas que operan como el fórceps de la idea, escondida en el inconsciente. Zurita plantea que la tradición es el inconsciente colectivo de la lengua. Entonces ese estado alterado de conciencia tiene relación con la revelación de una colectividad que habla a través de uno: la tradición, y de nuestra ligazón con un todo. Ahora bien, en mi caso, mi impulso a escribir tiene que ver con algo que no logro dilucidar bien, algo bastante confuso, que yo llamaría la voluntad de forma. Es decir, la creación surgiría de una voluntad de forma, de darle un orden a la alucinación y ese orden viene dado por el ritmo, principalmente, y por la métrica (no creo en el verso libre puro, sino en la polimetría). Por último, añadiría a mi respuesta que el impulso por escribir me viene de la sangre, como un llamado de la sangre de mis antepasados, que fueron poetas, y al que no me puedo sustraer, aunque quisiera. Pero también es como si fuera un llamado del propio lenguaje –entendido como un organismo vivo–, el que le exigiera al poeta o al artista de la palabra la ejecución de una determinada obra. ¿Por qué? Tal vez por un instinto de conservación que el propio lenguaje experimentara en tanto creatura viva.
Ahora bien, creo sinceramente que escribir poesía es imposible, porque el lenguaje mismo no está hecho para conmover sino para comunicar y reflexionar. Y la poesía es un instante de iluminación que se produce más allá del lenguaje, a donde este solo puede alcanzar su huida.
¿Qué hubiera pasado si Darío no hubiera muerto tan joven, cómo crees habría evolucionado su estética?
Es inconcebible pensar que un genio como Darío pudiese no haber muerto tan joven. Yo estoy convencido de que un poeta muere cuando el trabajo está hecho. Rimbaud muere a los 37 años, pero ya había muerto poéticamente el año 1872, a los 17 años. Los poetas mueren cuando tienen que morir. Vivir más que eso –o siquiera imaginarlo– es traicionar su propia naturaleza de poeta y su relación vital con su obra. No obstante, si quisiéramos jugar a pensar qué habría hecho Darío si no hubiera muerto tan joven, yo plantearía la siguiente hipótesis: Darío habría sido el primer poeta vanguardista en lengua española, adelantándose a Vicente Huidobro y, como poeta más dotado que Huidobro, habría trascendido los impulsos iconoclastas de la primera horneada vanguardista. Eso pienso.
Si Darío no hubiese muerto tan joven, habría muerto no tan viejo.
¿Por qué crees que Rubén dejó fuera de su obra autoseleccionada en 1914, el libro Azul… completo, no le gustó?
Yo creo que Azul constituye una experiencia estética mediada aún demasiado por la literatura como género. Obras posteriores como Cantos de vida y esperanza están transidas por la vida, por el desgarro y el gozo doloroso de vivir. Tal vez Rubén Darío percibió eso. Y a la luz de su obra posterior, le pareció un trabajo demasiado literario.
Finalmente, ¿es posible separar la vida de Rubén Darío de su obra?
Personalmente, no creo –cuando hablamos de un poeta de verdad– que se pueda disociar la vida de la obra. Lo que no equivale a caer en el abuso de explicar la obra por la vida, como si la vida determinara cada cosa que se escribe, y donde la obra sería un mero reflejo de la vida. No nos olvidemos que entre la obra y la vida media el lenguaje y la cultura, de modo que no hay una relación directa con la vida. La obra es la vida sí, pero la vida transfigurada por su convivencia con la literatura, la cultura, el lenguaje, las ideologías, etc.
Lo que quiero decir cuando digo que un poeta de verdad –es decir, aquel poeta cuyo lenguaje responde a una urgente necesidad vital y no a un lujo de la palabra–
es indisociable de su vida, es que el poeta alcanza su máxima altura cuando logra la identificación total entre su persona y su lenguaje. Y cuando eso ocurre, su vida misma se vuelve obra, como diría Zurita, una obra de arte imperfecta por completar y corregir, y al mismo tiempo su obra se vuelve vida. Desde esa perspectiva es posible alcanzar la poesía por otros medios que no sea el lenguaje y que incluso sea posible ser poeta sin escribir un solo verso. La poesía no está en el lenguaje sino en aquello que el lenguaje intenta –muchas veces, en vano– alcanzar, y que podríamos definir como una experiencia más allá de la vivencia consciente, y muy parecida al delirio, entendido como una verdad solitaria.