*El libro se acaba de lanzar el 4 de diciembre en la Feria del Libro de Guadalajara. A continuación, la transcripción de la presentación realizada por el editor Juan Francisco Bascuñán.
Cuando hace 10 meses definimos la historia que queríamos abordar en este libro: la relación amorosa entre la norteamericana Doris Dana y Gabriela Mistral, relación que duró los últimos años de vida de esta última, aún no se había iniciado lo que se ha mal llamado el “estallido social” en Chile.
Y esta petición que hace el pueblo en las calles es por una causa muy sencilla, el pacto social vigente, esto es la Constitución de Pinochet que además de estar marcada por sangre, ha generado enormes desigualdades que explican en parte que el pueblo quiera un pacto nuevo, partiendo de cero, para así darse nuevas y mejores reglas. Para que en definitiva y entre otras cosas, no existan las enormes desigualdades que conforman un país en donde existen ciudadanos de primera y de segunda clase. Esta es una de las violencias más fuertes que se puedan generar.
No se quiere que la elaboración de este pacto nuevo caiga en manos de los intermediarios: la elite política, económica, eclesiástica, militar, que ha querido dominar a diestra y siniestra a sus mandantes, el pueblo, el propietario natural del poder y soberanía de la nación.
Cuando iniciamos este libro queríamos darnos la oportunidad de revisitar la relación de Doris y Gabriela, 70 años después que esta ocurrió, y ahora su análisis se hace mucho más interesante porque este libro nace justo en medio de este cambio de paradigma social en Chile.
Gabriela, nacida en 1889, vivió el florecimiento de los sindicatos y del movimiento obrero, en el marco de la revolución rusa. Pero ella era ajena a los partidos políticos.
Decía Gabriela:
” …Me conocen a medias, o a tercias. Yo soy fenómeno de una mujer sin partido político.
No tengo pues compraditos políticos que velen por mí. He deseado hasta hoy, realizado el hecho absurdo pero absoluto de vivir sin ayuda de partido, tan libre -y tan sola- como el pájaro más solo y más desvalido a la vez. Creo que es la manera de no tener nada que me gobierne. Pero he guardado el amor del pobrerío y esto por doctrina que mira solo a la independencia, a fin de juzgar los hechos del mundo sin dictados que signifiquen órdenes de rojos ni de negros”.
Estuviera donde estuviera creo que ella se hubiera volcado a su pobrerío como lo hizo desde las letras, las conferencias, ensayos, cartas, recados y cargos consulares, para defender los derechos y dignidad de su pueblo que ella llamaba tan lúcidamente:
el “vidente mayor” y vuelvo a repetir, el “vidente mayor”, porque este es un nombre que alude a un colectivo que no es la mera unión de personas y que además es capaz de ver más allá de lo físico y concreto.
Hay un dicho que dice “que quien narra el cuento, gobierna el mundo”.
Ahora el pueblo está narrando el cuento porque precisamente es el vidente mayor y ese cuento lo está contando en las murallas de Chile, como grafiti, esténcil o cartel, la forma más directa y antigua para expresar la historia y por eso quizás que haya llamado tanto la atención el libro de Sebastián Olivari “Chile despertó”, que editamos en conjunto, pues precisamente recoge ese hablar colectivo innominado que utiliza el espacio público de las murallas y las calles para narrar la historia de que son parte.
Cómo hubiera sido la vida de ese niño andino que puebla el poema póstumo de Gabriela “Poema de Chile” si en la Constitución se reconociera que Chile es un estado multicultural, y por tanto se reconoce la autonomía de todos los pueblos de cohabitar en el territorio llamado Chile.
Qué hubiera dicho Gabriela cuando le informaran que su Cuarta Región de Coquimbo se está secando porque, entre otras razones, los derechos de agua se privatizaron en 1980 y esto quedó casi inamovible en la Constitución de Pinochet.
Pero ahora el pueblo vidente podrá cambiarlo porque el poder volvió legítimamente a él.
Este libro es ficción que en esencia es subversiva porque te invita a soñar y los sueños son subversivos porque no te dejan tranquilo hasta que se hacen realidad (Claudio de Girólamo).
“Hasta que la dignidad se vuelva costumbre” se leía en los rallados de las calles de Santiago en estos días.
Quién puede decir algo de la relación amorosa carnal de Doris y Gabriela, ambas hijas del dolor, resilientes, con terribles muertes de seres queridos cercanos, suicidios, alcoholismo, enfermedades mentales, pero con una luz misteriosa que las unía de alma, y un amor por la lectura, la escritura y los viajes.
Doris amó toda su vida a Gabriela y Gabriela perdió la cabeza con Doris. Las imágenes recuperadas por la Biblioteca Nacional de Chile, luego que las devolviera la sobrina de Doris Dana, nos permiten acercarnos en algo a cómo debe haber sido esa extraordinaria relación en las medianías del siglo XX.
Quién puede decir algo, quién puede emitir juicios valóricos sobre estas dos mujeres, lucidas, rebeldes, independientes, extremadamente inteligentes y tremendamente apasionadas:
Transcribo carta de Gabriela dirigida a Doris Dana:
“31 de noviembre de 1949
“Hacen 16 días que te fuiste, Doris Dana. En esta mitad de mes yo he reunido una carta tuya bastante corta, por cierto.
Tú ignoras absolutamente al ser con el cual has vivido casi un año.
Día por día y hora por hora yo he vivido en una tensión álgida hecha por la presencia obsesional de tu rostro, de una memoria tremenda y candente de los días que viví contigo desde que te vi entrar por mi casa.
Cuando se vive eso -cosa muy lejana de una americana- 16 días con una sola carta, 16, son un infierno demasiado rojo y demasiado negro o color de betún.
Yo no puedo seguir viviendo esto, Doris Dana, sería mejor desaparecer.
Todo lo que tengo que decirte es esto:
que no tengo más salida digna que callarme y desaparecer de tu vida tan llena de gentes y tan avara para mí, y que a esto me lleva el entender ¡por fin! que yo no soy una criatura hecha para ti”
Madre sin madre, la muerte no es tu hija, no la acunes entre tus brazos viejos, pues no tendrá piedad de tu ternura cuando llegue la hora del gran Beso, ese beso que yo no te daré, sino la madre de todas las noches.
Está oscuro. Solo los cirios desnudan tu cara. Abre los ojos. Si tú me miras yo me vuelvo hermosa, hermosa como el llanto que no viene a los ojos, el llanto que se para en la punta de un lirio, como un equilibrista en lo alto del miedo.
Mírame una vez más y me haré buena. No vuelvo más a huir a cualquier parte, a la hora que sea y por quien sea. Mírame una vez más y me haré santa”.
Escribe Gabriela en “Los Sonetos de la Muerte” en 1914 como si ya supiera cómo sería su compleja y atormentada relación con la muerte:
“Soneto 2
Este largo cansancio se hará mayor cada día
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía
por donde van los hombres, contentos de vivir…
Sentirás que a tu lado cavan briosamente
que otra dormida llega a la quieta ciudad
esperaré que me hayan descubierto totalmente…
¡y después hablaremos por una eternidad!
Solo entonces
sabrás el porqué no madura
para las ondas huesas tu carne todavía
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará la luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir…”.
Escribe Rafael en “Lengua oculta”:
“Tu madre llora. Le ha nacido un muerto.
Alguien sacude las plumas de un pájaro.
La noche es el infierno de los niños.
Unas mujeres de cabezas calvas plañen como si hubiera muerto un príncipe.
La muerte llora cuando muere un hijo, cuando a un hijo lo mata su veneno. Tu madre llora. Le ha nacido un muerto. Los candelabros brillan por su ausencia, y las lloronas se arrojan sobre ti para arrancarte todos los pecados del mundo. De ti, de ti se enamoró la noche. Niño viejo de nadie, crispado bajo el cielo como un grito del pasto.
Acúnalo, rencor. Dale tu beso como un pájaro muerto para que resucite entre sus labios, antes de que se le pudra en la boca bendita. Niño, niño más viejo que la muerte, y más solo que un hombre frente al mar, hay una puerta adentro de tu pecho, una puerta entreabierta y yo voy a cerrarla para siempre”.
En fin, lanzar este libro ha tenido algo de oportunismo, de coincidencia, de sincronía.
Y lo ponemos a disposición para reflexionar sobre la relación entre dos mujeres a mediados del siglo XX. Lo hemos planteado como una oportunidad de cubrir con tierra el morbo conservador de la sociedad chilena que esconde el amor entre mujeres, y así poder hablar de amor sobre amor y para darnos una nueva oportunidad para acercamos con compasión a estas dos protagonistas de un melodrama ocurrido hace casi 70 años.