por Juan Francisco Bascuñán
El trabajo audiovisual está basado en la historia real de un hombre que está realizando un documental sobre los osos, animales que ama y respeta, pero que trágicamente termina devorado por ellos.
“Grizzly Man” del controvertido director alemán Werner Herzog (año 2005, 103 minutos) pareciera ser un documental al revés. Su protagonista:Timothy Treadwell lo vemos vivo durante gran parte del relato, pero sabemos que está muerto. Asimismo, al tratar el tema de los osos, en realidad se está aludiendo a la naturaleza humana. Vemos que el héroe no es un héroe, es un lunático y Herzog toma como pretexto a Treadwell para hablar de sí mismo y de su propia locura.
¿Estamos frente a un documental o a la ficción? “… Yo no distingo entre realidad y ficción. En el momento en que se sitúa una cámara frente a algo, ya hay un punto de vista, una manipulación de la realidad, una alteración”, declara Herzog. Ahora, ¿Quién maneja la cámara de Treadwell, él, su inconciente, su alter ego, un confesor imaginario, la propia naturaleza?
Preguntas inquietantes y a la vez alucinantes.
Veamos, la trágica muerte de Treadwell podría haber quedado como un hecho lamentable instalado en la crónica roja norteamericana, pero la mente de un artista como de Herzog busca entrar más allá, en el mundo privado de un apasionado, de un eventual “loco”. Luego, rearticula y arma una apología de lo que somos y nos susurra en off que en la naturaleza no hay armonía, sólo caos y destrucción.
El director termina siendo capaz de transformar un hecho trágico en un acto filosófico, y lo que pudo quedar en la superficie del morbo, lo lleva a la profundidad del cuestionamiento acerca de la relación entre el ser humano y la naturaleza. Ha sacado a Disneyland, al Discovery Channel y al National Geographic del medio, y ha entrado directamente en la médula, la locura, la soledad, la iluminación, el ego y por cierto, en la discusión respecto del lenguaje cinematográfico.
Existir es interactuar
Una de los elementos esenciales de los documentales, y quizá sea su riqueza, es que la realidad que se muestra necesariamente pasa por el punto de vista del director, poniendo toda su subjetividad al servicio de la imagen. Existir es interactuar, eso es imposible evitarlo; podrán ser diferentes los grados de esa intervención, pero estar en la vida, con o sin cámara, es intervenir la vida. El director alemán no escapa de esto en “Grizzly man” e incluso va más allá y se transforma en un actor más dentro de la historia. Expone al protagonista que sabemos que morirá, pero a la vez lo interviene; discute sus puntos de vista; impulsa situaciones, cuestiona las opiniones de sus propios entrevistados, etc. De esta forma, logra que su documental fluya libremente recogiendo las opiniones del propio autor, del protagonista y de los entrevistados. De paso, Herzog nos trata como espectadores maduros, capaces de elaborar nuestros propios puntos de vista: ¿Qué es lo bueno, qué es la malo?¿Treadwell estaba loco realmente?; dejándonos en manos de nuestras propias intuiciones enriquecidas, eso sí, por la poética del director.
Herzog no quiere hacerse invisible, no quiere esconder tras su cámara, está ahí, lo vemos volando a través de una toma aérea y del ala de un avión en el que está; lo vemos preguntar, preguntarse y llorar. Como autor nos muestra que tiene un patrimonio poético maravilloso que entregar.
Si bien la historia puede ser fascinante en cuanto se trata paradójicamente de un hombre que ama a los osos y termina siendo devorado por ellos, nos hace recordar la representación máxima del amor que tenían los Yanomamis del Amazonas, pero escarbando un poco más pareciera que Herzog le preocupa más hablar de la locura humana y de su propia locura. Vemos a un protagonista que es un ser solitario, desequilibrado, autorreferente, pero que tiene una particularidad fantástica, como la de todos los “locos”, ha decido entregar su vida para que podamos entender un poco más de nosotros mismos. De esta forma ni cientos de años de Discovery Channel o NatGeo hubieran logrado acercarse a ello. Acá vemos plasmado el sacrificio, al héroe arquetípico, es decir, para que una mente nueva nazca otra debe morir. Treadwell busca ello a través de convertirse en otro, en salirse de nuestra apariencia y piel humana para volar ¿No es esto acaso el sentido de las religiones, esa experiencia de unidad que nos conecta a todos con todos? ¿Pero entonces qué falla? En palabras de Herzog: “en la naturaleza no hay armonía, sólo caos y destrucción!!”
Volvamos a la historia. Ella es contada de una forma muy atractiva, donde la muerte es una suerte de personaje latente; la muerte atroz la vemos al no ser explícita, se ve por anverso (el mundo está al revés como dicen los Sufis, el hombre inteligente parece tonto). La muerte juega una dinámica inquietante, donde el joven y rubio protagonista aparece hablando alegre, melancólica o angustiadamente, pero sabemos, desde un principio que está muerto y su forma de morir puebla nuestras pesadillas más horribles. No es necesario mostrarla, porque siempre nos acompaña.
En este documental Herzog aplica el tips del cine dentro del cine, acá específicamente es un documental sobre un documental, pero que interviene, incluso le pone música como el sonido de los chelos en la escena de la pelea de los osos, además se toma la licencia de mostrar escenas que en otras circunstancias hubieran sido desechadas, lo que se agradece, porque el ser, la siquis, el alma del protagonista se cuela en esas tomas “erróneas”, es como probar que cuando ponemos una cámara la realidad más nítida se escabulle, se esconde, pero cuando no estamos mirando, se despliega en su libertad y prístinidad máxima.
En este sentido una de las memorables escenas es cuando se muestra lo que la cámara mira cuando ya no está presente el protagonista; un pedazo de vegetación, nada (el fuera de campo por excelencia), vemos la totalidad por contraste, allí donde no hay nada es posible llenarlo con todo, o dicho de otro modo, mientras menos información es mayor nuestra capacidad para captar la realidad, no es más conocimiento, es menos. Lo mismo ocurre con las entrevistas, somos testigos de unos segundos antes y después de cada una de ellas, tiempo que nos advierte que una persona, un ser humano como nosotros es el entrevistado. Sentimos el olor a silencio, a abandono, pero a la vez hay una luz, esa luz que convive necesariamente al lado de las tinieblas. Esta dupla involuntaria, Treadwell-Herzog podrían haber dicho: “el hombre que recupera su naturaleza animal se transforma en Dios”.