Jefa de Programa y Académica en el Diplomado en Primera Infancia con enfoque en derechos, bienestar y participación infantil en la Pontificia Universidad Católica de Chile, Andrea Villagrán tiene un tema muy claro: los primeros años de vida son claves para el desarrollo de una persona. Conversamos con la educadora e investigadora para conocer su perspectiva al respecto.
“La inversión en primera infancia resulta imprescindible, y parte de esa inversión debe estar enfocada en la educación”, afirma enfática Andrea Villagrán, quien actualmente cursa un doctorado en Desarrollo Psicológico, Aprendizaje y Educación: Perspectivas Contemporáneas, en la Universidad Autónoma de Madrid, España. Con más de diez años de experiencia en el rubro de la educación en la primera etapa de vida, enfatiza que una educación de calidad, tiene que poner en el centro al niño y la niña, “promoviendo su desarrollo integral, en un ambiente respetuoso de su individualidad, potenciador de sus habilidades y que considere sus intereses, siendo además una educación que se ocupa del bienestar de la infancia”, entre otros factores.
Como investigadora, ha profundizado en temáticas como derechos de la infancia, políticas públicas, las escuelas rurales e interculturales en Chile, entre otros. Graduada como Educadora de Párvulos en la Universidad de Concepción en 2005, cuenta también con un Magíster en Gestión, Liderazgo y Política Educativa en la misma Casa de Estudios.
“Los elementos fundamentales que marcan el futuro de una persona, creo que son aquellos que nos hacen humanos, es el amor, el cuidado, el buen trato, la compañía, el respeto, y por cierto, en el escenario específico de la educación de niños y niñas, son claves las oportunidades lúdicas y desafiantes, coherentes con el desarrollo y los intereses de la infancia”, asegura en relación al desarrollo de una política de educación adecuada para los primeros años de vida de una persona.
Un área en la que considera hay un trabajo inacabado, lo que representa una gran oportunidad y desafío para quienes, como ella, se especializan en el tema: “Para mí la educación ha estado centrada excesivamente en la disciplina y en el desarrollo puramente cognitivo, por sobre otros niveles y dimensiones del ser”.
Según Andrea Villagrán, la educación debería promover el hecho de que el individuo desde su nacimiento es un ser único e indivisible. Desde esa perspectiva, una buena educación debería fomentar elementos que promuevan el desarrollo integral espiritual, físico, mental, emocional, afectivo y social.
“Las claves para una educación acorde a los tiempos actuales, y a lo que nuestro planeta hoy necesita de nosotros, es justamente desarrollar habilidades de resolución de problemas, de innovación, reforzar la creatividad, el pensamiento divergente y crítico, el sentido de pertenencia, y con esto me refiero, a pertenecer a una comunidad y salir del paradigma individualista y competitivo”, comenta la investigadora. “La educación de hoy, debe ser capaz de desarrollar en los niños y niñas la empatía, el respeto y la colaboración”.
Se sumarían otros elementos, como desarrollar la capacidad en los niños y niñas de buscar información y filtrarla, debido al exceso de información al que están expuestos. “Creo que en este sentido cobran especial significado los cuatro pilares de la educación del Informe Delors, aprender a conocer, a hacer, a vivir juntos y a ser. Si logramos consolidar estos pilares en la educación de nuestros niños, tendremos una mejor sociedad”, asegura.
Abrirse a nuevas perspectivas
Dentro de su experiencia como educadora, Andrea Villagrán ha trabajado en establecimientos convencionales y en modalidades no convencionales. En esa línea, comenta que estos últimos centran sus acciones en el desarrollo de un conjunto de habilidades, más que en un currículum determinado, “en la alegría por aprender, el juego, la colaboración, la potenciación de las otras inteligencias, como las vinculadas a las artes, a la capacidad de vincularse con otros y, también consigo mismo”.
En ese sentido, considera que las entidades convencionales deben abrirse a dialogar en comunidad y re pensar el sueño de la institución. “Falta romper con los paradigmas más tradicionales de la educación, e incorporar o atreverse a probar otras pedagogías, enfoques curriculares, propuestas que pueden ser adaptadas, o los más creativos, quizás puedan diseñar alguna propia”, especifica.
Temas como el desarrollo de las artes, la ciudadanía, el uso de otros espacios, no solo el aula y el establecimiento educacional, sino del territorio donde se encuentra la escuela o el jardín infantil, serían entonces elementos claves a considerar.
De hecho, parte de la tesis doctoral de Andrea Villagrán tiene relación con el bienestar subjetivo de niños y niñas que estudian en escuelas rurales, interculturales y bilingües en la VIII Región Bío Bío, con un alta matrícula de niños y niñas mapuche. “El bienestar subjetivo es un elemento trascedental a tener en cuenta en la generación de políticas públicas de infancia, puesto que recupera directamente de los niños y niñas, la propia evaluación de su vida”, acota.
Según sus resultados, existe un alto índice de bienestar subjetivo en los niños y niñas, sobre todo aquellos que se relacionan con su familia, amigos y escuela. Explica que de acuerdo a las mediciones, “cuando los niños y niñas evalúan su experiencia escolar, destacan positivamente entre otros aspectos, el buen trato, la comprensión y el sentido de pertenencia a la comunidad”.
En los establecimientos educacionales en los que se desarrolló parte de la investigación, destacaron elementos como el respeto y la armonía, agrega, “están en total coherencia con el küme mongen o buen vivir del pueblo mapuche, es decir, el buen vivir, entendido por Gudynas (2011), como un concepto que incluye lo clásico de las ideas de calidad de vida, pero agrega la idea específica de que el bienestar solo es posible en comunidad. Es este sentido comunitario que incluye la naturaleza”.
Considerando elementos como el mencionado “buen vivir”, inserto en la cosmovisión mapuche, Andrea Villagrán considera necesario que la educación atienda una nueva comprensión de la infancia, manifestándolo a través de prácticas pedagógicas innovadoras, que broten desde los intereses de los niños y niñas. “La educación de los primeros años, debe ser entretenida, atractiva y desafiante. Debe promover la autonomía y el desarrollo de todas las dimensiones del ser, y considerar las múltiples inteligencias”, explica y concluye que sobre todo, “debe primar un clima de afecto, respeto, empatía y colaboración. En resumen, debe enseñar a ser, conocer, hacer y convivir con los demás”.