Una interesante mirada al bosque nativo en Chile. Por José Leal, Ingeniero Civil Industrial, Investigador y docente del Centro de Análisis de Políticas Públicas (CAPP) de la Universidad de Chile.
Sin duda un tema que preocupa a la sociedad chilena es el del bosque nativo, en otras palabras aquellos árboles y arbustos que representan lo que fue el ecosistema original del país, más aquellos introducidos en épocas tempranas de nuestra historia. La lista de especies es considerable, debido en buena parte a la multiplicidad de ecosistemas que nos caracterizan, desde el algarrobo y el pimiento en el norte, al espino, el maqui y el quillay, tan corrientes en la zona central, a las colosales araucaria, lenga y alerce del sur; más la patagua y el sauce en todo el país, por sólo nombrar algunos; sin olvidar un árbol que no es un árbol sino una planta grande, como la palma chilena. Muchas de estas especies están amenazadas en algún grado. Otras son sagradas como el canelo. Algunas poseen un aura mítica como la luma. ¡Qué árboles maravillosos tenemos!
El reciente Informe País sobre el medio ambiente en Chile, debido a especialistas del medio académico, más informes regionales oficiales y la actualización del catastro, muestran que desde el año 2000 a la fecha ha habido una pérdida bruta de 237 mil hectáreas de bosque nativo sobre un total de 13 millones y media. O sea casi un 2%.
Las regiones más afectadas han sido la Araucanía y Los Lagos, justamente donde se concentran las mayores presiones de la dinámica económica y… los incendios forestales. Agreguemos a esto que medio millón de hectáreas se encuentran en proceso de deterioro por falta de manejo y cuidado. Y para hacerlo peor, se estima que medio millón de hectáreas fueron arrasadas por los incendios del terrible verano del 2017.
Pues vamos sumando y nos encontramos con un panorama complejo. Cualquiera puede despreciar esta pérdida de nuestro bosque nativo si se revisan los números, en comparación, por ejemplo, al aumento de las plantaciones productivas y su efecto sobre el bienestar ciudadano; pero la pérdida que eso significa va más allá de unos cuantos palos apolillados o quemados. Es grave para todo el rico repertorio de servicios ambientales que el bosque nativo ofrece a otras especies arbóreas, plantas, líquenes, hongos y musgos; más una variedad considerable de mamíferos, aves, insectos, reptiles, anfibios, y microorganismos de variadas características, que se alimentan y reproducen en aquellos bosques abigarrados y acogedores. Es diversidad biológica lo que vamos derrochando a medida que perdemos nuestra foresta originaria.
Es cierto que las grandes agresiones contra el bosque nativo ocurrieron en otras épocas, sobre todo en los albores del siglo XX: conversión de praderas y matorrales, uso para leña, sustitución por plantaciones forestales, expansión de la agricultura y la ganadería, apertura de rutas y expansión urbana, como las causas principales. Señalemos los extensos incendios, sobre todo en la Patagonia, que arrasaron con casi 3 millones de hectáreas de árboles. Nuestro bosque nativo no se defiende solo. El SNASPE (Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Estado) cubre 14 millones de hectáreas, de las cuales sólo 4 millones corresponden a bosque nativo.
Algo más tiene que hacerse para proteger este elemento fundamental del alma nacional. En esto las instituciones no funcionan.