La Dra. Elba Soto, postdoctora en Lingüística (Universidade Estadual de Campinas/UNICAMP, Brasil) con foco en Análisis de Discurso, Doctora en Educación (UNICAMP) y Magister en Desarrollo Rural (Universidade Federal de Santa Maria, Brasil), nos habla, en esta nueva columna para Planeta Sostenible, de interculturalidad, los largos silencios que aceptamos como sociedad, y de la necesidad de visibilizarlos.
En general cuando se habla de la forma en que entendemos lo que sucede en nuestro entorno, se analizan los acontecimientos y los discursos relacionados, lo cual está correcto pero no es suficiente. Se olvidan los silencios y ocurre que los silencios también significan.
Hoy escuchaba a una abogada que defiende causas de niños afectados por violencia en el SENAME y ella decía que esos niños no hablan frente a funcionarios de esa institución sobre la violencia que pueden estar sufriendo en sus manos, debido a que están dominados por la “lógica del miedo”. De esa declaración, que ejemplifica nuestras relaciones sociales, podemos inferir que en nuestra sociedad el silenciamiento es condición sine qua non; es decir, es indispensable, esencial. Por tanto, esos procesos de silenciamiento en la sociedad capitalista progresista no hacen más que evidenciar que lo que aquí impera son espacios de poder disímiles, desiguales, que dan lugar a procesos sociales que permiten preservar este tipo de sociedad, donde la equidad es siempre un proyecto a futuro, por tanto inalcanzable.
En ese foco, si lo que se busca es re-significar la forma en que vivimos y nos relacionamos, se debe buscar colocar a disposición de la sociedad distintas versiones de esos procesos silenciados. Se debe visibilizar lo que hasta hoy no es visible. Ya que estar silenciado significa estar invisibilizado, estar negado y no poder significar.
Entonces, ¿qué se modifica y que permanece en nuestro estilo de sociedad? Es de sentido común afirmar que estamos bajo una lógica hegemónica, donde quien habla más fuerte es quien sustenta y estabiliza nuestras comprensiones. Como escuché decir alguna vez, de manera figurativa: “en la televisión siempre vemos la misma novela”. O sea, en nuestras vidas mayoritariamente no hay creación sino repetición, ya que se nos enseña una y otra vez lo mismo y en todo evento se nos está significando, se nos está formateando el cerebro con una sola forma de comprender la realidad, bajo un ideal materialista, competitivo, que nos separa de los otros.
Pues en este sistema se nos dice que somos dueños de nuestras vidas y que quien se esfuerza más, alcanzará el éxito, lo que significa que podrá conseguir dinero, bienes económicos y una cuota de poder, asociando la felicidad a esos objetivos. También se nos dice que somos individuos libres y soberanos en nuestras decisiones, cuando en realidad somos los repetidores de un modelo que castiga a la mayoría y beneficia solo a unos pocos, modelo que se replica prácticamente en todos los lugares donde se desarrollan nuestras vidas. La verdad es que somos sujetos que estamos sujetos al capitalismo, que no ofrece salidas. Así, quienes buscan legislar, lo hacen, al parecer, casi sin excepción, buscando crear reglas que beneficien a las elites, en desmedro de la mayoría silenciosa, que de tiempos en tiempos se atreve a manifestar los perjuicios vividos por las asimetrías de este paradigma.
Así, no debería sorprendernos que la ley no puna, no castigue a ciertos ciudadanos, especialmente cuando son sus propios abogados los que nos señalan que las acciones de sus defendidos pueden no ser correctas o estar equivocadas, pero que esos hechos en sí no son legalmente punibles, puesto que en las leyes del país no figuran como delitos y por tanto no lo son. Por ende, algo puede ser malo o incorrecto, pero si no está señalado en la ley, no es delito. Respecto a las penas, es innecesario hablar de la inequidad entre poderosos y no poderosos que cometen delitos.
Me atrevo a decir que siento que nuestro sistema es perverso; no obstante, creo necesario visibilizar dos cuestiones trascendentes:
1. Me parece que en su espiral devoradora este sistema nos ha hecho olvidar lo esencial, olvidamos que somos seres espirituales, que estamos viviendo solo una fase de nuestra existencia mientras permanecemos en esta vida terrena. Somos parte de un universo infinito donde todo tiene sentido, pero tenemos vergüenza de hablar de Dios en espacios intelectuales, de aceptar que somos todos hermanos y actuar en consecuencia. Así, Dios en nuestro estilo de vida está solo en los nacimientos, hechos extraordinarios, la desgracia y la muerte. Si recordáramos lo que somos, podríamos actuar de acuerdo a nuestra esencia, a favor de lo bueno, lo bello y lo amoroso.
2. Con ese mismo enfoque, deberíamos superar categorizaciones como son: bueno-malo, amigo-enemigo. Deberíamos, creo, ampliar las comprensiones de todos y todas, pues, con certeza, en muchas ocasiones obnubilados por el ego incentivado por el capitalismo no sabemos lo que hacemos, no percibimos que lo que es bueno para uno puede ser desastroso para el planeta y para los otros, para lo cual, estoy convencida, el derecho a la palabra y la abolición del silencio son ingredientes fundamentales. Pues, como ya he señalado anteriormente, no somos dueños de nuestras comprensiones, ellas están adheridas a los lugares de comprensión en que se desarrollan nuestras vidas, pero también dependen de nuestro nivel de consciencia y de nuestro acceso a otras comprensiones.
Querámoslo o no, estamos sumergidos en una mega-crisis que afecta al planeta como un todo. Podemos dejarnos avasallar por la crisis y quedarnos en la queja permanente o abrirnos a buscar las salidas. Hay muchas formas de hacerlo. Desde mi ser, que siempre me lleva a mirar hacia las raíces, veo que una de las cuestiones fundamentales hoy es trabajar la forma en que comprendemos nuestro real, lo que en estos días nos exige re-significarnos y mirar nuestro mundo complejo y multicultural como nuestra mayor riqueza. En ese contexto, pensar en nuestro futuro significa pensarnos como seres interculturales. Para eso, debemos erradicar la confusión permanente, que nos lleva a fusionar, a fundir lo igual y lo diverso en una masa informe.