Nueva columna de la Dra. Elba Soto, postdoctora en Lingüística (Universidade Estadual de Campinas/UNICAMP, Brasil) con foco en Análisis de Discurso, Doctora en Educación (UNICAMP) y Magister en Desarrollo Rural (Universidade Federal de Santa Maria, Brasil).
Michel Pêcheux desarrolla un concepto de identidad relativo a la existencia del sujeto. Con él, entendemos que el individuo se torna sujeto en su identificación con una formación ideológica. Un enfoque en que la ideología abandona antiguas comprensiones y es re-significada, entendiéndola ahora como una práctica significativa en que necesariamente el individuo relaciona el lenguaje y el mundo para ser sujeto y para que ese mundo tenga sentido.
De ese modo, en el momento en que nos tornamos sujetos nos hacemos parte de una formación ideológica o de una forma de comprender la realidad, creando con ella una relación que nos es propia. De esa afirmación, entre otras cosas, podemos inferir que en nuestra condición de sujetos estamos sujetos a ideologías o comprensiones que nos anteceden, en un proceso inconsciente y al mismo tiempo contradictorio a la ilusión que nos constituye y que nos hace creer que somos el origen de nuestro decir, que somos sujetos libres para pensar y actuar y que por ende nuestro pensamiento es nuestro y es único, siendo que él inconscientemente está ligado a ideologías ya instaladas que dominan nuestras formas de comprensión en los espacios en que desarrollamos nuestras vidas. Siendo así, hablar de identidades o procesos de identificación es pensar en esas complejas redes de comprensión en que nos significamos y damos significado.
Por otro lado, también aporta mencionar la forma en que Hegel busca aprehender la diversidad que él señala es más bien el límite de la cosa; que aparece allí donde la cosa termina o es lo que ésta no es. Aporta, ya que de esa afirmación es posible inferir que la identidad del individuo estaría asociada a la presencia de alguien que no es el propio ser sino otro. Por ende, desde ese lugar de interpretación del ser, es la existencia de otras y otros lo que nos permite identificarnos con relación a aquello que estaría más allá de nosotros mismos; lo que evidencia la importancia de percibir la presencia de esos otros, en su “otredad” o calidad de diferentes, entendiéndonos como sociedades diversas o multiculturales, capaces de establecer relaciones interculturales o de alteridad, entre seres inevitablemente distintos.
Así, discursivamente, entendemos que las identidades son un sinfín de procesos que se colocan en funcionamiento cada vez que algo o alguien nos hace un apelo, a través de una pregunta o una simple afirmación, como por ejemplo: “hoy está caluroso”. En ocasiones, como podría darse en el caso de nuestro ejemplo, sin darnos cuenta tomamos una posición para concordar o para contradecir lo dicho y para eso se movilizan todas nuestras memorias relacionadas, las regiones de sentidos o comprensiones que nos constituyen o las ideologías que portamos desde que nacemos y desde esas redes que sustentan nuestras interpretaciones de la realidad desde lo consciente e inconsciente surgirá lo que entendemos por caluroso, para aceptar o rechazar esa aseveración. En ese caso, estaremos significando como sujetos, digamos, desde nuestra condición de seres vivos. Pero si alguien habla de una candidata a presidenta de la República, se movilizarán las memorias e ideología que nos constituyen en nuestro funcionamiento como sujetos políticos. En consecuencia, resulta evidente afirmar que no tenemos una identidad sino que estamos constituidos por múltiples identidades que ejercemos según el lugar y la función que desempeñamos en distintos momentos y espacios de nuestras vidas, como trabajadores o jubilados; lectores o escritores; religiosos o ateos; vegetarianos u omnívoros; etc.
Siendo así, resulta evidente que el sujeto se constituye en un espacio de comprensión; mas, la relación que él establece con la formación ideológica que lo domina en su discursividad y con otras formaciones que ahí se entrecruzan, la relación que establece entre las varias formaciones ideológicas que sustentan sus identidades como sujeto son propias de su historia, de sus memorias y de su experiencia de sujeto y no pre-existen a ese sujeto desligadas de su experiencia material. Por eso cada historia produce un discurso que se cree diferente, aunque éste sea parte de una ideología mayor que lo domina.
No obstante, como asegura Suzy Lagazzi, el lenguaje es lugar de poder y tensión, que nos ofrece recursos para jugar con ese poder y esa tensión. Según la autora, como ciudadanos responsables, como sujetos conscientes de nuestros deberes y derechos nos encontramos envueltos en relaciones jerárquicas y autoritarias de comando y obediencia, ya que en un estilo de organización como la nuestra que se caracteriza como una sociedad de Estado, solo es posible pensar en el sujeto como sujeto-de-derecho, centrado en responsabilidades, derechos y deberes, inserto en una coerción que se torna constitutiva.
Es en ese contexto que la resistencia del sujeto funciona y posibilita crear novedad, en cada situación, a su modo. Frente a un poder que se quiere absoluto, el sujeto no se coloca como parece, pasivamente frente a él, no se somete. Él encuentra en el lenguaje los recursos para lidiar con el poder, para redistribuir la tensión que lo embate entre derechos y deberes, responsabilidades, cobranzas y justificativas.
La resistencia es la batalla del sujeto por su derecho a no aceptar la coerción, por un lugar en el cual encuentre un poder para decir, con o sin el respaldo de la jerarquía. Así, el sujeto está determinado históricamente, sujeto a procesos de identificación que dominan sus dichos y al mismo tiempo es determinador de su historia, marcado por la determinación y la resistencia. Es de esa forma como debemos pensar al sujeto en los procesos interculturales: como un sujeto “sujeto” pero también capaz de innovar, en su calidad de sujeto.